En lo que respecta a los postgrados la situación no es muy distinta a lo acaecido en el pregrado, pues, muy incipientemente se
han ido incorporando asignaturas o unidades temáticas en los postgrados existentes, particularmente en las áreas antes
señaladas, y al igual que en ese nivel de formación, mayoritariamente, en universidades públicas estatales. Postgrados
propiamente de género son más bien excepcionales concentrándose más bien en la Universidad de Chile en sus Facultades de
Ciencias Sociales y Humanidades. No obstante, no se puede desconocer que la incipiente oferta en materia de género se ha
tendido a concentrar en especializaciones y diplomados, vinculados varios de ellos a políticas públicas, en universidades
públicas estatales u organismos de capacitación laboral.
En las siguientes páginas nos proponemos reflexionar a la vez que problematizar las trabas económicas, burocrático –
administrativas, pero sobre todo ideológicas que obstaculizan el desarrollo y fortalecimiento del postgrado en el área; pues,
pese a los discursos que apelan a la diversidad e inclusión, a los avances legislativos en materia de derechos individuales y
colectivos, y a la voluntad política manifestada por algunos sectores más progresistas de avanzar hacia una sociedad más
democrática, nos deparamos, al mismo tiempo, con fuerzas reaccionarias que intentan por distintas vías, incluida la política,
no sólo obstruir esos, a veces mezquinos avances, sino revertirlos (Cornejo 2021a). Y en ese sentido la Universidad no ha
estado ajena a esa tensión presente en la sociedad que ha convertido al género y la sexualidad en Chile en un campo de batalla
permanente, donde se entrecruzan, superponen y confunden posturas políticas, religiosas e ideológicas.
Las exigencias de rentabilidad
Una de las trabas más reiterativas a que se ven enfrentados todos los programas de postgrado existentes o proyectados en
Chile es el de la rentabilidad. Es decir, más allá de los eventuales aportes a la cultura, al fortalecimiento social y político, al
desarrollo tecnológico, a las necesidades de las distintas comunidades o visibilización de las mismas, etc. el criterio decisivo
a la hora de crear o cerrar un programa de postgrado es el de rentabilidad. Prácticamente en todas las universidades del país,
públicas o privadas, este criterio deviene en una suerte de cerrojo que abre o cierra la puerta a cualquier iniciativa. Así, línea
de flotación, royalty, mercado de potenciales estudiantes, etc. se convierten en lenguaje común y vaya ineludible para
cualquier programa, convirtiéndose en los criterios más relevantes, por sobre las eventuales contribuciones teóricas,
metodológicas o prácticas de cualquier programa. Sin embargo, hay otro aspecto menos conocido, pero no por ello menos
importante o distorsionador, es esconder por detrás de las exigencias de rentabilidad criterios o consideraciones ideológicas.
Criterio especialmente sensible y decisorio en instituciones confesionales o que se adhieren a principios o postulados de ese
orden, como veremos en las siguientes páginas (Cornejo, 2019b).
En lo estrictamente económico, como ya se comentó, más allá de los aportes, novedad o necesidad de un determinado
programa prevalece el criterio rentabilidad. De allí, que el estudio de mercado de los potenciales estudiantes – clientes sea un
aspecto fundamental a la hora de crear o mantener un programa. De parte de los estudiantes no es inusual tampoco que la
decisión de perfeccionarse, académica o profesionalmente, también se haga de acuerdo a criterios de rentabilidad o potencial
retorno económico que en el futuro reportará el postgrado o perfeccionamiento. Es decir, para muchos de ellos el incentivo
no viene por la adquisición de nuevos conocimientos o el mejoramiento de las competencias profesionales, sino de las mejoras
salariales, de ascenso profesional o de exigencias para el acceder a ciertos puestos de trabajo o de dirección. En este escenario
el conocimiento y la optimización de las competencias se convierten en valores agregados o subsidiarios a la motivación
económica.
De este modo, no es extraño depararse entonces, con estudiantes de postgrado que asumen esta etapa formativa como una
“inversión”. Actitud que, sin duda, incide en el desinterés, falta de resiliencia o frustración casi inmediata ante las primeras
exigencias de un trabajo académico serio, reflexivo y crítico que, necesariamente, demanda dedicación, paciencia y
perseverancia. Esto es, se trata más bien de estudiantes acostumbrados a logros sin mayores esfuerzos o que prontamente
reivindican su condición de estudiantes – clientes; pues, para ellos lo realmente relevante no es la formación en sí, sino las
ventajas o valores agregados que derivan de la misma.
Y son estas constataciones las huellas más distintivas de un modelo económico – social que ha transformado a la educación
en una oportunidad de negocios, reduciéndola a una mercancía susceptible de ser transada, negociada y cuyos principios y
fundamentos pueden ser hipotecados en nombre de la rentabilidad. Tendencia que en el caso chileno no sólo domina el
horizonte de las universidades privadas, sino que ha alcanzado inclusive a varias universidades públicas.
No está demás señalar en este sentido, que la propia producción intelectual universitaria se encuadra dentro de esa misma
lógica. Así, más allá de los aportes al conocimiento, a la formación profesional o lo novedoso que pueda resultar un artículo
científico, por ejemplo, la evaluación y, consecuentemente, valoración viene dado por el tipo de revista en que se publique e
indexación de la misma. La verdad poco importa si el artículo es un aporte o no, lo verdaderamente relevante es si está