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TRABAS PARA LA FORMULACIÓN DE POSTGRADOS Y ESPECIALIZACIONES
EN GÉNERO Y DISIDENCIAS EN EL CONTEXTO UNIVERSITARIO CHILENO
OBSTACLES FOR THE FORMULATION OF POSTGRADUATE AND
SPECIALIZATIONS ON GENDER AND DISSIDENCE IN THE CHILEAN
UNIVERSITY CONTEXTUNIVERSITY CONTEXT.
Cornejo-Espejo, Juan1
1Universidad Bio-Bio, Facultad de Ciencias de la Educación, Chile.
Email: jcornejo@ubiobio.cl ORCID: https://orcid.org/0000-0002-3575-9530
DOI: https://doi.org/10.5377/aes.v4i2.16544
Recibido 11/06/22 Aceptado 15/03/23
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Autor por correspondencia: jcornejo@ubiobio.cl (Cornejo-Espejo, Juan )
Forma sugerida de citación: Cornejo-Espejo, J. (2023). Trabas para la formulación de postgrados y especializaciones en género y
disidencias en el contexto universitario chileno. Apuntes de Economía y Sociedad, 4(2), 146-158. https://doi.org/10.5377/aes.v4i2.16544
Copyright © Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, León (UNAN-León)
Conflicto de intereses: El autor ha declarado que no existen ningún conflicto de interés.
Resumen
El presente artículo de corte ensayístico, tiene como
propósito problematizar y reflexionar acerca de las trabas
económicas, burocrático administrativas, pero sobre todo
ideológico - religiosas que obstaculizan el desarrollo y
fortalecimiento del postgrado en el área del género y
disidencias; pues, pese a los discursos que apelan a la
diversidad e inclusión, a los avances legislativos en materia
de derechos individuales y colectivos, y a la voluntad
política de ciertos sectores progresistas nos deparamos con
fuerzas reaccionarias que intentan por distintas vías,
incluida la política, nos sólo obstruir esos avances, sino
revertirlos. Entre las principales conclusiones destacan: el
rechazo visceral a los estudios de género y reivindicaciones
feministas y de disidencias de parte de las universidades
confesionales. El rezago de las universidades privadas
donde el género irrumpe como un mandato de la autoridad
y no producto de procesos de maduración y discernimiento
de las comunidades universitarias. Y la actitud ambivalente
de las universidades blicas laicas que evidencian el
mayor desarrollo institucional en el área, a la vez que
escaso o nulo interés por el fortalecimiento del postgrado y
estudios de género y disidencias. Igualmente, relevante es
el intervencionismo político y amedrentamiento de ciertos
parlamentarios a académicos/as que cultivan estas
disciplinas.
Palabras clave: Educación Superior, posgrado,
obstáculo, estudios sobre las mujeres
Abstract
The purpose of this article is to problematize and reflect on
the economic, bureaucratic-administrative but above all
ideological-religious obstacles that hinder the development
and strengthening of postgraduate studies in the area of
gender and dissidence; Despite the discourses that appeal
to diversity and inclusion, the legislative advances in terms
of individual and collective rights, and the political will of
certain progressive sectors, we are faced with reactionary
forces that try in different ways, including politics, not only
to obstruct these advances, but to reverse them. Among the
main conclusions are the strong rejection to the gender
studies and feminist demands and disapproval from
confessional universities. The backwardness of private
universities where gender bursts forth as a mandate of
authority and not as the product of processes of maturation
and discernment of the university communities. And the
ambivalent attitude of secular public universities that show
the greatest institutional development in the area, while
little or no interest in strengthening postgraduate and
gender studies and dissidence. Equally relevant is the
political interventionism and intimidation of certain
parliamentarians to academics who cultivate these
disciplines.
Key words: Higher Education, graduate, obstacle,
women's studies.
.
Keywords: Palabra clave 1, palabra clave 2, palabra clave 3,
palabra clave 4, etc.
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I- Introducción
El estudio del género y todas las temáticas asociadas a él, se han tornado en la presente década temas ineludibles en las
agendas universitarias del continente, tanto desde el punto de vista curricular, cuanto de las condiciones mínimas de
sociabilidad y convivencia en virtud de la mayor consciencia de los distintos estamentos acerca de necesidad de incorporar
dicha dimensión en todas las actividades y decisiones de la vida universitaria, así como del respeto que se merece toda persona
más allá de su género, orientación sexual o identidad de género. Con todo, esa mayor consciencia y respeto, en ocasiones más
nominal que real, no ha sido sólo producto del devenir histórico o del despertar de conciencias. Rol fundamental han jugado
los movimientos de presión, denuncia y reivindicación feminista y de disidencias que han evidenciado el doble estándar, la
hipocresía universitaria, pero, sobre todo, los eufemismos que apelan a la igualdad y equidad en el seno de las casas de
formación superior cuando en verdad no son más que espejismos o discursividades vacías sin referencia o concordancia con
la realidad cotidiana de esas mismas casas de estudio (García y Nava, 2011; Cornejo, 2018).
No menos relevante resulta la denuncia de una formación, a estas alturas, ya “tradicional”, presente prácticamente en todos
los cursos y carreras universitarias caracterizada como rígida, homogeneizante, asimilacionista, patriarcal, sexista y
homofóbica, amparada y resguardada en una inflexibilidad burocrático curricular, que sigue perpetuando las asimetrías, las
desigualdades y las jerarquías entre los géneros y sexualidades, subyacente a los itinerarios formativos y planes y programas
de estudio de esos mismos cursos y carreras.
De allí, la importancia del movimiento feminista y de disidencias movilizado que no sólo visibilizó la institucionalización de
los “techos de cristal” que ofrece pocas o nulas oportunidades a las mujeres universitarias, los “pisos pegajosos” que limitan
u obstruyen su desarrollo, sino también visibilizó una lógica que se aloja y enquista en una educación sexista y homofóbica
que asegura y perpetúa la sobrevida de ese mismo paradigma exclusor en los distintos procesos formativos (Davison y Cooper,
1993; Bustos, 2008; Páramo, 2010; Molina, et al., 2012; Cornejo, 2016).
Teniendo esos antecedentes como marco referencial y las exigencias del movimiento feminista y de disidencias, que en el
caso chileno se comenzaron a decantar a partir de abril de 2018 en movilizaciones universitarias que, entre otras acciones,
derivaron en “tomas” de universidades, la realización de claustros y jornadas feministas, paralizaciones de actividades
docentes, entre otras, intentamos problematizar algunas de las exigencias que emergieron de ese movimiento, particularmente
aquellas que apelaban al término de una educación sexista y el viraje hacia una educación más inclusiva, respetuosa de las
diferencias, abierta a la novedad y complejidades que implica el estudio de los distintos fenómenos reconociendo en ellos las
dimensiones de género. En definitiva, una educación que sin renunciar a las exigencias de calidad y excelencia intenta hacerse
cargo de la multiplicidad de facetas que conlleva la condición humana, alejando la tentación de un objetivismo y
distanciamiento “ingenuo”, apostando más bien por una educación situada, comprometida y transformadora.
Partiendo de esos desafíos, intentamos abordar la forma en que las universidades chilenas han intentado responder (o no) a
las interpelaciones del movimiento feministas y de disidencias de una educación no sexista, en el ámbito de los postgrados.
Por lo pronto hemos de señalar, como lo demuestran algunas publicaciones (Cornejo, 2021b) que ese mismo desafío en el
contexto de la formación de pregrado, continúa siendo más una tarea a alcanzar que una meta ya lograda; pues, de la treintena
de universidades públicas estatales, públicas no estatales y privadas que conforman el Consejo de Rectores de las
Universidades Chilenas (CRUCH), sólo 5 de ellas, por ejemplo, han integrado asignaturas referidas a género en los itinerarios
formativos de algunas de las pedagogías que imparten. Las excusas reiterativas a esa demora han sido las trabas burocrático
administrativas que conllevan las renovaciones curriculares, la pandemia o la falta de voluntad de algunos agentes
universitarios. En el mejor de los casos, cuando las renovaciones no han sido posibles, se ha optado por incorporar alguna
unidad o tópico de reflexión en alguna asignatura existente. Sin embargo, esas iniciativas quedan al arbitrio del profesor/a del
curso y tienden a concentrarse en las facultades vinculadas a las áreas de salud, humanidades o ciencias sociales.
La situación es aún más precaria si analizamos la otra treintena de universidades privadas que no hacen parte del CRUC
,
pues, en la mayor parte de ellas, muy recientemente se ha comenzado con la implementación de protocolos que resguarden
eventuales situaciones de abuso sexual y/o de género. Ni hablar de reformas curriculares o transformaciones que aseguren el
quiebre del paradigma patriarcal heterosexista en la formación universitaria.
En Chile hay un total de 61 universidades, de las cuales 30 hacen parte del CRUCH, las cuales se subdividen en 18
públicas estatales, 9 públicas no estatales y 3 privadas de reciente incorporación.
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En lo que respecta a los postgrados la situación no es muy distinta a lo acaecido en el pregrado, pues, muy incipientemente se
han ido incorporando asignaturas o unidades temáticas en los postgrados existentes, particularmente en las áreas antes
señaladas, y al igual que en ese nivel de formación, mayoritariamente, en universidades públicas estatales. Postgrados
propiamente de género son más bien excepcionales concentrándose más bien en la Universidad de Chile en sus Facultades de
Ciencias Sociales y Humanidades. No obstante, no se puede desconocer que la incipiente oferta en materia de género se ha
tendido a concentrar en especializaciones y diplomados, vinculados varios de ellos a políticas públicas, en universidades
públicas estatales u organismos de capacitación laboral.
En las siguientes páginas nos proponemos reflexionar a la vez que problematizar las trabas económicas, burocrático
administrativas, pero sobre todo ideológicas que obstaculizan el desarrollo y fortalecimiento del postgrado en el área; pues,
pese a los discursos que apelan a la diversidad e inclusión, a los avances legislativos en materia de derechos individuales y
colectivos, y a la voluntad política manifestada por algunos sectores más progresistas de avanzar hacia una sociedad más
democrática, nos deparamos, al mismo tiempo, con fuerzas reaccionarias que intentan por distintas vías, incluida la política,
no sólo obstruir esos, a veces mezquinos avances, sino revertirlos (Cornejo 2021a). Y en ese sentido la Universidad no ha
estado ajena a esa tensión presente en la sociedad que ha convertido al género y la sexualidad en Chile en un campo de batalla
permanente, donde se entrecruzan, superponen y confunden posturas políticas, religiosas e ideológicas.
Las exigencias de rentabilidad
Una de las trabas más reiterativas a que se ven enfrentados todos los programas de postgrado existentes o proyectados en
Chile es el de la rentabilidad. Es decir, más allá de los eventuales aportes a la cultura, al fortalecimiento social y político, al
desarrollo tecnológico, a las necesidades de las distintas comunidades o visibilización de las mismas, etc. el criterio decisivo
a la hora de crear o cerrar un programa de postgrado es el de rentabilidad. Prácticamente en todas las universidades del país,
públicas o privadas, este criterio deviene en una suerte de cerrojo que abre o cierra la puerta a cualquier iniciativa. Así, línea
de flotación, royalty, mercado de potenciales estudiantes, etc. se convierten en lenguaje común y vaya ineludible para
cualquier programa, convirtiéndose en los criterios más relevantes, por sobre las eventuales contribuciones teóricas,
metodológicas o prácticas de cualquier programa. Sin embargo, hay otro aspecto menos conocido, pero no por ello menos
importante o distorsionador, es esconder por detrás de las exigencias de rentabilidad criterios o consideraciones ideológicas.
Criterio especialmente sensible y decisorio en instituciones confesionales o que se adhieren a principios o postulados de ese
orden, como veremos en las siguientes páginas (Cornejo, 2019b).
En lo estrictamente económico, como ya se comentó, más allá de los aportes, novedad o necesidad de un determinado
programa prevalece el criterio rentabilidad. De allí, que el estudio de mercado de los potenciales estudiantes clientes sea un
aspecto fundamental a la hora de crear o mantener un programa. De parte de los estudiantes no es inusual tampoco que la
decisión de perfeccionarse, académica o profesionalmente, también se haga de acuerdo a criterios de rentabilidad o potencial
retorno económico que en el futuro reportará el postgrado o perfeccionamiento. Es decir, para muchos de ellos el incentivo
no viene por la adquisición de nuevos conocimientos o el mejoramiento de las competencias profesionales, sino de las mejoras
salariales, de ascenso profesional o de exigencias para el acceder a ciertos puestos de trabajo o de dirección. En este escenario
el conocimiento y la optimización de las competencias se convierten en valores agregados o subsidiarios a la motivación
económica.
De este modo, no es extraño depararse entonces, con estudiantes de postgrado que asumen esta etapa formativa como una
“inversión”. Actitud que, sin duda, incide en el desinterés, falta de resiliencia o frustración casi inmediata ante las primeras
exigencias de un trabajo académico serio, reflexivo y crítico que, necesariamente, demanda dedicación, paciencia y
perseverancia. Esto es, se trata más bien de estudiantes acostumbrados a logros sin mayores esfuerzos o que prontamente
reivindican su condición de estudiantes clientes; pues, para ellos lo realmente relevante no es la formación en sí, sino las
ventajas o valores agregados que derivan de la misma.
Y son estas constataciones las huellas más distintivas de un modelo económico social que ha transformado a la educación
en una oportunidad de negocios, reduciéndola a una mercancía susceptible de ser transada, negociada y cuyos principios y
fundamentos pueden ser hipotecados en nombre de la rentabilidad. Tendencia que en el caso chileno no sólo domina el
horizonte de las universidades privadas, sino que ha alcanzado inclusive a varias universidades públicas.
No está demás señalar en este sentido, que la propia producción intelectual universitaria se encuadra dentro de esa misma
lógica. Así, más allá de los aportes al conocimiento, a la formación profesional o lo novedoso que pueda resultar un artículo
científico, por ejemplo, la evaluación y, consecuentemente, valoración viene dado por el tipo de revista en que se publique e
indexación de la misma. La verdad poco importa si el artículo es un aporte o no, lo verdaderamente relevante es si está
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publicado en una revista Wos o Scopus, preferentemente, y ello por las retribuciones económicas que están asociadas a este
tipo de publicaciones no sólo para los autores, sino también para las instituciones universitarias a que están vinculados. De
allí, que no resulte extraño la disociación que se produce muchas veces entre la investigación - publicaciones, y la formación
que proporcionan esas mismas casas de estudio, donde las investigaciones - publicaciones no necesariamente tributan a la
docencia o guardan relación con los problemas que aquejan a las comunidades o entornos en que se insertas esas universidades.
Así, la problemática anterior se torna más acuciante tanto en ciertas disciplinas o áreas de conocimiento de las ciencias sociales
y humanas, cuanto de varios de los postgrados asociados a esas mismas áreas donde la rentabilidad difícilmente se pueden
cumplir, o las producciones intelectuales de las disciplinas de frontera o emergente se ven enfrentadas a las hegemonías
disciplinarias y temáticas, más los sesgos patriarcales y homofóbicos que aún prevalecen en institutos, editoriales o entidades
divulgadoras de las producciones intelectuales. Dicho de otro modo, si a la consabida repartición inequitativa de recursos y
divulgación entre las ciencias duras y/ o aplicadas, y las ciencias sociales y humanas, se suma el hecho que aún al interior de
estas últimas también se tienden a reproducir las asimetrías de reconocimiento y poder entre aquellas ya consagradas o que
hegemonizan los discursos, y aquellas emergentes o de frontera que en no pocas ocasiones son descalificadas o consideradas
“ciencias bastardas” por, supuestamente, no tener un estatuto epistemológico y metodologías propias, por preocuparse u
ocuparse por temáticas poco relevantes o que afectan a grupos muy focalizados de la población.
Ese “ninguneo” intelectual afecta de modo especial a los estudios de género y de disidencias que, en múltiples oportunidades,
no sólo son descalificadas en virtud de una supuesta pobreza epistemológica o metodológica, sino de posicionamientos
ideológico religiosos que se han enquistado aún en el seno de las casas de formación superior laicas. Sumada las
desconfianzas que despierta el empoderamiento y visibilización de las mujeres al interior de las distintas casas de estudio del
país en la última década y, de modo especial, desde las movilizaciones feministas y de disidencias de 2018, que han
transformado al género enpico obligado de las agendas universitarias, ya sea, forzando a todas las universidades nacionales
a contar con protocolos de denuncia y seguimiento de los casos de acoso y/o abuso sexual, además, de la creación de unidades
o direcciones de género, cuyo objetivo es la sensibilización y formación de las comunidades universitarias
o, ya sea,
exigiendo el término de la educación sexista que permea los itinerarios formativos de todas las carreras de educación superior
y, en general, de todo el sistema educativo nacional. Punto que aún está en deuda en la mayor parte de las universidades del
país, como ya se comentó en la parte inicial de este artículo (Cornejo, 2021b)
En lo que respecta a los postgrados en el área de género y de disidencias, la situación tampoco es muy auspiciosa. Por lo
pronto, hemos de señalar que en Chile no existen doctorados en el área. En el mejor de los casos, cuando esas temáticas
emergen a este nivel de formación, lo hacen como una unidad temática dentro de un curso de inclusión, de políticas públicas,
de derechos humanos u otros por el estilo y, normalmente, en el marco de doctorados de educación, derecho o ciencias
sociales.
A nivel de los magísteres, contrariamente a lo que se pudiera pensar por el impulso dado a las temáticas de género y de
disidencias a partir de las movilizaciones feministas de 2018, la oferta se ha mantenido más o menos idéntica al período previo
a las movilizaciones, tendiéndose a concentrar, básicamente, en la Universidad de Chile con sus Magísteres de género y
cultura en sus Facultades de Humanidades y Ciencias Sociales, más el Magíster en Estudio de Género e Intervención
Psicosocial que ofrece la Universidad Central. Es decir, la oferta de magísteres de género no se ha expandido, en parte por las
exigencias de sustentabilidad y rentabilidad económica que imponen todas instituciones superiores, incluidas las estatales,
para la apertura y mantención de un programa de postgrado, las exigencias de contar con un cuerpo académico consolidado
en el área de especialización del postgrado y las exigencias de acreditación de la Comisión Nacional de Acreditación (CNA).
A este respecto es importante señalar que, si bien en el caso de los magísteres no es obligación someterse a acreditación, sin
embargo, siempre resulta deseable y condición ineludible en todas las universidades nacionales que tienen en vista la
acreditación institucional en el área de postgrado.
Yendo a lo estrictamente económico, juega en contra el hecho de que para este tipo de magísteres resulta muy difícil su
implementación porque a diferencia de otros programas donde el gancho está dado por el posible retorno monetario en el
Si bien las unidades o direcciones de género están presentes en la gran mayoría de las universidades del CRUCH, una
existencia real y efectiva sólo es posible de constatar en las universidades laicas. En las instituciones confesionales, cuando
las hay, su funcionamiento es más bien nominal y con atribuciones muy limitadas, tanto en términos operativos como de
formación. En las universidades privadas, la existencia de estas unidades o direcciones de género, además de excepcionales,
son muy incipientes y, normalmente, surgidas no por iniciativa de las mujeres de esas casas de estudio, sino como mandato
de las rectorías o gobiernos universitarios que buscan estratégicamente proyectar una imagen pública de instituciones
inclusivas.
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mediano y largo plazo para los estudiantes, en este caso resulta muy difícil que ello llegue a ocurrir. Es más, las personas que
se interesan por estos programas lo hacen no pensando en criterios de rentabilidad, sino de realización y desarrollo personal,
militancia feminista o LGBTIQ+, compromiso sociopolítico o apuestas de transformación social. Entre las trabas no se pueden
obviar tampoco las resistencias de las propias autoridades universitarias (aún en las instituciones públicas laicas) que,
escudados en las urgencias y prioridades institucionales, necesidades de los territorios donde se localizan las universidades y
la falta o insuficientes cuerpos académicos calificado, se esconden (a veces escasamente disimulados) sesgos machistas,
patriarcales y homofóbicos, y en ocasiones ideológico religiosos.
El escenario es aún más complejo en las universidades confesionales, donde se suele cultivar un cierto tipo de género “soft”,
que se conforma con la denuncia de las desigualdades salariales entre hombres y mujeres o ciertos grados básicos de
desigualdad e inequidad social, pero que en ningún caso apuestan por el pleno reconocimiento de las disidencias, los derechos
sexuales y reproductivos, la desencialización de las sexualidades, el quiebre del binarismo sexual, la liberación de los cuerpos
entre otros varios asuntos. Instituciones, además, donde los que cultivan los estudios de estos temas o discrepan de los
lineamientos doctrinales - religiosos son cuestionados, marginados y aún perseguidos, importando muy poco sus
calificaciones académicas y cualidades humanas.
Donde es posible reconocer ciertos avances en materia de perfeccionamiento es a nivel de los diplomados orientados al
mundo laboral, de las políticas públicas, del derecho o de intervención social. De hecho, no son lo instituciones de educación
superior las que se han interesado en ofrecer este tipo de cursos, varios de ellos insertos en procesos de capacitación más
amplios que integran dimensiones de género. Con todo, sus abordajes están más bien focalizados en temáticas sociales
específicas del mundo laboral, del derecho, de las políticas públicas o de comunidades territoriales excluidas o con pocas
posibilidades de gestión de sus derechos, donde las condiciones de equidad o igualdad son vulneradas o inclusive no se cumple
lo mandatado por la legislación nacional vigente. En ningún caso, o muy excepcionalmente, estos programas apuntan a
cuestiones estructurales más de fondo como son: el quiebre o ruptura del paradigma patriarcal heteronormativo, el binarismo
sexual, la liberación de los cuerpos entre otros aspectos. Se trata más bien del cultivo de un cierto tipo de género más “soft”
que no compromete o cuestiona el orden vigente, sino aspectos incumplidos de funcionamiento del mismo, que si bien
relevante, no decisivo a la hora de pensar en un cambio o transformación verdadera.
En las siguientes páginas, nos adentraremos en el análisis de trabas aún más perniciosas que han ido ganando terreno en la
presente década de la mano del resurgimiento de movimientos ideológico - religiosos que buscan no sólo oponerse a cualquier
reconocimiento de derechos en el plano social legislativo, sino de anular los logros alcanzados.
Trabas ideológicas
Sin duda, una de las mayores dificultades que limitan y obstaculizan el desarrollo del postgrado son los sesgos ideológicos
que recaen sobre los estudios de género y disidencias. Esto es, los cuestionamientos no se reducen apenas a consideraciones
burocrático administrativas o financieras que impiden el desarrollo de postgrados en estas áreas del conocimiento, como
ocurre con varios otros programas ligados a las artes y humanidades que a ojos de la autoridad universitaria resultan poco
rentables. Aquí, además de esas restricciones de funcionamiento, se suman otros sesgos que, en sus versiones desacralizadas,
laicas o liberales subrayan una supuesta inferioridad epistemológica y pobreza metodológica de los estudios de género y
disidencias si comparados con otras disciplinas hegemónicas de las ciencias humanas y sociales, ya consagradas, que
pretenden dictar cátedra e imponer formas uniformizadas de producir conocimiento. A estos sesgos inscritos más bien en el
plano simbólico y de las representaciones se suman otros de larga data que hunden sus raíces en la tradición religiosa,
prácticamente de todas o la mayor parte de las religiones del mundo, que consagran y legitiman una supuesta desigualdad
originaria entre hombres y mujeres, justificando y queriendo perpetuar esa desigualdad basados en supuestas revelaciones
divinas, cuyas consecuencias se dejan sentir y plasman en estructuras sociales patriarcales, heteronormativas y binarias
(Tarducci, 2001; Abbott, Loxley, Sturgeon, Tomley & Walisiewicz, 2013).
En las últimas décadas ese pensamiento binario excluyente pareciera haber cobrado nuevos aires al alero de grupos religiosos
evangélicos y católicos fundamentalistas / integristas que han levantado como bandera de lucha y visibilización pública una
auténtica cruzada contra lo que ellos denominan: “ideología de género” (Careaga y Araneda, 2020)
. Esto implica en términos
Numerosas han sido las acciones de estos grupos fundamentalistas / integristas, entre las que destacan las marchas por la
familia, la circulación del denominado “bus de la libertad” iniciativa impulsada por la ONG española Hazte Oír y las campañas
opuestas a la educación sexual promovida desde el Estado cuya consigna ha sido: “Con mis hijos no te metas” creada por
grupos evangélicos peruanos en 2016.
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