través de las didácticas, currículos, evaluaciones y otros componentes pedagógicos que fraguaron y fraguan tanto el
sometimiento como la naturalización de la desigualdad social” (Gómez-Torres & Mora-Alvarado, 2019, p. 5). Se constituye
en una pedagogía de la práctica orientada a la transformación construida desde abajo y desde el diálogo de los pueblos.
Estas formas de relacionamiento, comprensiones y posicionamientos son coincidentes con la denominada pedagogía crítica
propuesta por Paulo Freire en 1960 y que, en Sudamérica, en la actualidad se empieza a retomar en el ámbito universitario.
Esto se expresa en los diseños curriculares, los enfoques y métodos e incluso hasta la conexión con la sociedad a través de la
investigación acción, de la vinculación con la sociedad, entre otras acciones. Reforzando estas ideas, Fanón (2009) pone en
claro que la descolonización requiere una acción de doble vía, el aprendizaje y reaprendizaje de unos y otros, es decir desde
la conciencia de los propios pueblos negros de su enajenación así como de los blancos de su complicidad con el sistema
moderno colonial racial. Esto se refuerza con aquello que evidencia Walsh (2013) al señalar que su proyecto es
“principalmente con los sujetos que han vivido en cuerpo, alma y mente la racialización-deshumanización de la diferencia y
herida colonial” (p. 43).
Como se muestra, estos términos de la interculturalidad y la decolonialidad ofrecen aspectos relevantes para construir una
educación distinta, que oriente al “otro” conocimiento de la realidad que nos rodea y permita la reflexión y el actuar desde
otra geopolítica que construya procesos educativos a partir de la praxis, desafiando y enfrentando las relaciones y estructuras
dominantes con la implementación de una pedagogía del saber, del ser, del actuar y del decir desde las propias voces de sus
interlocutores. Por tanto, la importancia de entretejer y construir nuevas pedagogías radica en la necesidad de impulsar un
nuevo discurso que nos oriente a pensar los retos y desafíos desde las diversas cosmovisiones en aras de construir las bases
para una educación y ética intercultural profundamente decolonial que incorpore los aspectos sociales, políticos, éticos en la
universidad y que, como lo sostiene Méndez-Reyes (2021) “una pedagogía que además de intercultural promueva el consenso
y dialogicidad de todos los saberes (p. 143).
Esta necesidad de construir una pedagogía desde la decolonialidad e interculturalidad abre “el diálogo intersubjetivo, aporta
a la construcción de un pensamiento otro, desde lugares políticos de enunciación y praxis de las diversas culturas,
nacionalidades y pueblos indígenas, afrodescendientes, mestizos y de grupos subalternos” (Méndez-Reyes, 2021, p. 144). A
partir de este abordaje se coadyuva a la definición de aspectos fundamentales en la educación superior en la que se instale
una pedagogía epistémica y ética otra, con un profundo compromiso de trabajo por la igualdad y equidad ante la ley, en la
que se garantice un espacio adecuado para el respeto a la diferencia, a la inclusión y afirmación del otro, como sujeto social,
puesto que ese sujeto otro -indígena, campesino, afrodescendiente, es quien ha sido invisibilizado en la realidad vivida y la
colonialidad del saber y del poder.
El portugués De Sousa Santos (2006) reflexiona en cómo hacer para descolonizar la Universidad, las prácticas académicas,
la gestión de la ciencia y la producción del conocimiento científico, en el marco de un diálogo transdisciplinar urgente “con
la participación efectiva de las mujeres como sujetos de enunciación y los pedagogos de la región como activistas
pedagógicos” (Alvarado, 2015, p. 1). Un diálogo marcado por procesos de traducción como compromiso político–epistémico
en la edificación de una pedagogía de la resistencia. Al respecto, este autor formula cinco modos de producción de ausencias
que atraviesan las ciencias sociales y que deben entenderse desde la apuesta decolonial:
1. Subsumir los saberes a la objetividad, el rigor y la validez como conocimiento científico, reduce la realidad dejando
fuera realidades, como las prácticas sociales basadas en conocimientos populares, indígenas, campesinos, urbanos,
que no son valorados ni como importantes ni como rigurosos y, por ello, son “descredibilizados” y, en ello,
invisibilizadas.
2. La “monocultura del tiempo lineal” que se funda en esa idea de historia vinculada a nociones como dirección,
desarrollo, evolución, progreso, modernización, globalización. La “monocultura del saber” produce el
“epistemicidio” e invalida a grupos sociales y pueblos generando ausencia, inexistencia.
3. La “naturalización de las diferencias” que ocultan jerarquías y clasificaciones.
4. Lo “universal” y lo “global”, no hay globalización sin localización ni universalismo sin particularismo.
Descredibiliza lo particular, lo local (Alvarado, 2015).
La idea central de la "monocultura del productivismo capitalista" es que el crecimiento económico y la productividad medida
son los únicos determinantes de la productividad del trabajo humano y de la naturaleza. Esta perspectiva invalida otras lógicas
de producción, como las practicadas por los indígenas o los campesinos. En contraposición, De Sousa Santos aboga por un
proceso de sustitución a través de la interdisciplinariedad, la transdisciplinariedad y la traducción, para fomentar el diálogo
entre diferentes formas de conocimiento. Este enfoque se conoce como una "ecología de los saberes", que busca establecer
un diálogo entre el conocimiento científico y los saberes populares (De Sousa Santos, 2006).